Iuspoética es un texto de pertinencias contrapuestas, por ello llamativo, audaz en la tentativa y fructífero en los propósitos; se coalicionan febrilmente dos enunciaciones del lenguaje a menudo entendidas como antípodas: Derecho y Poesía. La iuspoética de Los autos perdidos da sus merecidos frutos; “poder del poeta para ser soberano en sus escritos”. Y vaya qué soberanías, qué libertades se permite el autor; “derecho a incorporar en la poesía formas jurídicas”; Los autos perdidos, no flaquea en una tarea a contrapelo de los códigos rígidos y la faena puede excogitarse en el contrasentido; ahí radica su competencia, en obrar con saña en jurisdicciones absolutamente reñidas; y la tarea de la coerción lírica a expensas del aparato conceptual del Estado, provoca la hilaridad y la lágrima, particularmente en un lector asiduo que es súbdito de todos esos significantes en entredicho de extrapolarse en el vacío o de contradecirse en la versión oficial de los letrados. Quizá, en Los autos perdidos haya una búsqueda desesperada del padre parapetado en esos vericuetos del lema o consigna forense o, tal vez, la lengua materna confiesa que en su ajuar mejicano están los documentos faltantes: ¿Hay un caracol encendido en el artículo de fe? .En Iuspoética, hay decenas de significaciones verbigratia abunda la exégesis del desdoblamiento y los poetas se muerden la lengua de dolor. Y los abogados en el alegato final rubrican el ius postulandi de los que no tienen derecho a defensa, esos apoderados con toda la templanza del desahogo emocional interpelan en los estrados: ¿Dónde hallar los autos perdidos sino en la respuesta del niño de Andrómeda?
Bruno Vidal
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